El elefante de Portugal (I)

Tan pronto tomó asiento, José Saramago fijó sus ojos en una botella de agua ¿En qué cavilaba el premio Nóbel 1998? Qué advertía en ese objeto el más célebre autor portugués con vida, a quien la academia sueca laureó por “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”.

Las primeras palabras de Saramago en la presentación de su novela El viaje del elefante (Alfaguara) en la Casa América de Madrid fueron: “Hay que tener mucho cuidado con el lenguaje. Leo en la etiqueta de esta botella: ¡Origen único!” Y a continuación dejó dicho que esto no era posible porque llanamente “el agua siempre se mezcla con otra agua”. Una sentencia que aúna filosofía y sabiduría popular, dirían unos.

Como Salomón -el elefante de su novela- José Saramago camina a su guisa, con majestuosa lentitud. Bajando las escaleras del salón de Casa América buscó apoyo en los hombros de su esposa y traductora Pilar del Río. Tiene ya 86 años y la enfermedad le ha arrebatado 17 kilos. Nació el 16 de noviembre de 1922 en Azinhaga, y sabio es como el cornaca Subhro de su historia. Su rostro tiene rasgos alargados en la edad donde la piel se ablanda y se distiende.

Saramago acogió con el ceño fruncido a la cuadrilla de fotógrafos que se formó en torno a él. Se le notó incómodo y torturado por la luz del flash. Si dotado hubiera estado de una trompa les habría barrido a todos de un escobazo.

Salvado por la ficción

Este viaje elefantino estuvo a punto de quedar inconcluso. A comienzos del año pasado José Saramago padeció una grave enfermedad respiratoria. Tenía redactadas unas cuarenta páginas de su novela cuando en un viaje en Argentina se sintió morir. Le llevaron de urgencia hacia una clínica que vaciló en atenderlo por lo inconveniente que resultaría, para aquel prestigioso centro médico, que sucumbiera allí un autor de su valía.

“A Pilar, que no dejó que yo muriera”, exclama Saramago en la dedicatoria del libro como muestra de gratitud a su mujer. Mientras habló, Pilar estuvo muy atenta a todo: le sirvió un poco de agua de ‘origen único’, le rogó que permaneciera quieto pues su silla hacía un ruido molesto, cada vez que giraba, que perjudicaba el trabajo de los medios. Saramago explicó que Pilar ve y escucha todo, y que siempre le pide que explique todo con frases cortas pero que él nada puede hacer porque una frase siempre le lleva a unirla a otra.

En el turno de preguntas de los periodistas Pilar del Río elevó maliciosamente el brazo para interrogar a su marido. Antes le recordó el pasaje en el que un personaje de la comitiva se extravía en la espesa niebla y encuentra nuevamente el camino merced al barrito de Salomón. Persiguió averiguarle si este tramo de la historia era una metáfora de cómo el imperativo de terminar ese libro terminó por echarle una mano para permanecer con vida.

“Quizás! – le respondió sonriente a Pilar- porque responder sí o no requeriría justificarlo. Una vez le dije a un político francés que yo era un comunista hormonal. Qué había hecho de mí esto, me preguntó. Y yo le respondí que no lo sabía. Mejor que no haya siempre una respuesta ¿Por qué elegimos una palabra y no otra? Cada palabra que escribimos nos compromete. Yo soy esa palabra y el concepto que la liga.”

Commentaires

Anna a dit…
Che bello amore!
Ton texte est très beau, même si je n'ai pas tout compris! Je vais vite lire la deuxième partie avec beaucoup de curiosité.. j'aime tant ta façon d'écrire, tes images et tes métaphores.. comme ta lettre d'aujourd'hui, si belle et si profonde que j'avais l'impression d'avoir ton coeur devant mes yeux!
Ti amo!
Merci encore mille fois, et pour les cadeaux (j'ai déjà mis à utilisation le super marque-page!)
Tantissimi baci

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