El siglo de un mito

“Odio los viajes y los exploradores. Y he aquí que me dispongo a relatar mis expediciones. Pero, ¡Cuánto tiempo para decidirme!...”, de este modo entablaba, con enorme talento literario, el filósofo y antropólogo francés Claude Lévi-Strauss su libro Tristes Trópicos, uno de los más significativos de las ciencias sociales en el siglo XX.

Cercano a cumplir un siglo de vida, Lévi-Strauss renovó completamente la etnología aplicándole el análisis estructural a partir del modelo lingüístico. Con él como uno de sus mayores exponentes, el estructuralismo -todo un vasto movimiento científico, filosófico y literario- dominó el panorama intelectual europeo.

Tal vez muchos le crean muerto porque su nombre resuena al lado de otros menos longevos, como la constelación compuesta por Georges Canguilhem, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida, Gilles Deleuze o Michel Foucault.

Nació en Bruselas, Bélgica, el 28 de noviembre de 1908, pero fue en París donde se formó intelectualmente hasta acceder al diploma de Estado en filosofía que le permitía impartir clases. “Fue un cierto gusto por las ideas”, explica Lévi-Strauss el origen de su vocación filosófica en su juventud, acompañada por las lecturas de Marx y Engels que luego lo introducirían en el socialismo militante.

Este apasionado de las ideas cuenta que otra influencia decisiva para él fue la del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. Se constituiría para el joven aprendiz de intelectual en una de las mayores revelaciones, pues le enseñaría –cuenta el propio Lévi-Strauss- “que incluso lo que se presentaba bajo las apariencias más irracionales, absurdas podían disimular una racionalidad secreta. Encuentro que hay paralelo revelador entre este tipo de actitudes frente a los hechos y aquel que conocería yo más tarde por medio de la etnología.”

El buscador de mitos

Lévi-Strauss nació en una época en que casi nadie quería ser etnólogo. En aquella época la etnología, todavía en estado embrionario, debía reclutar adeptos entre las disciplinas afines. Casi todo estaba entonces por descubrir y esto apasionaría al joven filósofo.

Hacia 1935 fue nombrado profesor en la universidad de Sao Paulo en Brasil. Descubre al fin la etnología sobre el terreno, aquel trabajo cotidiano que tanto le enfadaba y que consideraba a veces inútil. Con los indios Bororo tuvo su primer contacto: “tuve la experiencia de una sociedad que cualquier etnólogo, un tanto mejor formado de lo que yo estaba, habría considerado como el genuino paraíso etnológico (…) pero muy ingenuamente, o mejor muy estúpidamente, me dije que quería ver tribus aún más salvajes o menos influenciadas por nuestra civilización.”

Y fue entonces cuando en 1938 se topó con los Nambikwara, que calificó de tribu “lastimera” por su modo de vida. Desde entonces Lévi-Strauss se preocuparía por comprender lo que podía ser una sociedad humana reducida a su más simple expresión: “es una sociedad ‘mínima’”, decía Lévi-Strauss. Una vez entre ellos se preguntó cuales eran las condiciones elementales a partir de las cuales “uno puede decir que una sociedad humana existe”.

Menos modernidad y más humanidad

Tras su retorno a Europa, en 1941 Lévi-Strauss logra escaparse de la guerra viajando hacia los Estados Unidos y junto al historiador del arte Henri Focillon y el ensayista católico Jacques Maritain, funda el Colegio Libre de Altos Estudios de Nueva York. El terror que recorría Europa le dejó un horror imborrable en su alma. Tras la guerra Lévi-Strauss se empeñó en recordarle a Occidente la terrible suerte que su modernidad infligió por mucho tiempo a las naciones atrasadas de otros continentes, cuando las destruyó o condenó a la conversión.

Además de estas experiencias directas como etnólogo de pueblos sin escritura, Lévi-Strauss adquirió un conocimiento enciclopédico de los estudios que la antropología europea trazó a partir de las cartas de misioneros del siglo XVIII. Extraña coincidencia, pensaba Lévi-Strauss, a medida que la modernidad occidental destruía -como tantas otras cosas- todo lo que no se parecía a ella, la observación etnológica descubría en esas sociedades desconocidas y a punto de desaparecer, una vía para reconocer su propia humanidad.

Este mes, cuando cumple un siglo de vida, Claude Lévi-Strauss sigue allí, como un augusto y venerable anciano de cualquier tribu, franco, vigilante y lúcido, para echarnos en cara nuestras equivocaciones y olvidos. Como cuando en su célebre discurso de 1971 en la UNESCO, denunciaba el concepto de raza y declaraba, creando un poco de polémica, que un antirracismo abusivo podía conducirnos asimismo a la negligencia de las particularidades y hábitos de las sociedades premodernas. Esta voz rebelde, menos vigorosa por sus años, pero igualmente sabia, lanza su mensaje para la posteridad: “seamos un poco menos modernos y un poco más humanos.”

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